
Oh, Esperanza, tirana maestra, que al colarte furtiva en mis letras
Agotaste con ello mi inocencia.
Pobre estratega improvisada de una casa de muñecas,
Donde continúas vagando como secundaria de un sueño.
Dibujas mis ojeras y disfrazo mi cuerpo para no cargar
La huella de mi pesada culpa.
No escucho tu voz, pero siento tu aliento en mis dedos,
Tu esencia en mi estirpe, tu puñal en mi herida.
Construyo tu ceja altiva que presagia sonidos de ecos,
Volviéndome loca con solo intuirte.
Aquel día besé tu frente dando una tregua a los ladridos
Y ya sentí el frío en mis labios de tu cuerpo vacío.
Extraña calma que anticipa tormentos,
Hallando tu magistral estocada
En el rellano de mis deseados sustentos.
Tu último desdén llegó envuelto en barbitúricos triunfales,
Tragados de a poco en licores de encuentros.
De mis manos volaste, surcando las olas
Y te quedaron fuerzas para burlarte de mis restos.
Patricia Aymerich – 9/10/2011